Las cestas y los asadores están casi llenos, pero aún resta una esquina del pueblo sin recorrer. El grupo infantil ríe alborozado y los Zurriagos han de intervenir para mantener la disciplina. Las gentes se asoman a las ventanas y sonríen complacidas. Recuerdan y añoran tiempos ya pasados.
La comitiva se detiene nuevamente. Llama el Rey a la puerta y recitan cantando el más alegre de sus romances. La puerta sigue cerrada. Un murmullo de descontento vibra en el aire, más fuerte, casi provocativo. Saben que la casa está habitada porque se ha visto a alguien asomarse con precaución entre los visillos. El Rey autoritariamente ordena el canto del romance “La Tarara tiene un diente…”
Ante tanta insistencia el aludido abre la puerta e increpa groseramente a los niños. La canción se ha cortado por la mitad. Un silencio, presagio de tormenta impregna el ambiente. Todos esperan la decisión del Rey. Sereno, majestuoso, levanta la espada y el grupo inicia con vocerío:
Esta casa es una cuadra
la mujer es una yegua
porque no nos da limosna
a los niños de la escuela.
¡Adelante! Ordena el jefe, y ya, en tono normal, se continúa el estribillo.
Siguen su ruta por las calles. Han terminado el recorrido por hoy. Mañana y el domingo volverán a alegrar los rincones del pueblo con sus canciones simpáticas y romancescas. La formación se deshace y de nuevo, regreso vespertino a la escuela para soñar con el día grande, que será el martes próximo.
El lunes por la mañana, el Rey y su gobierno, que han efectuado el recuento de la recaudación, calculan el presupuesto para la comida. Ahora precisamente se están ejercitando en una magnífica obra de buen gobierno. Si les falta pecunio acuden al señor Alcalde quien les aporta una cantidad prudencial.
Encuentran cocinera, adquieren los artículos en las tiendas con insistente regateo y, finalmente, compran el gallo que esa misma tarde han de correr en la plaza del pueblo. Esta corrida pagana, es verdaderamente interesante. Todos formados cantan:
